Feminismo de clase y popular. 

Escribe: Tatiana Salerno | Secretaria de Género, Diversidades y Disidencias, Departamental de Montevideo. 

En el marco de un nuevo Día Internacional de la Mujer queremos traer a estas páginas una reflexión sobre la necesidad de ponderar la lucha feminista a la par de la lucha de clase. La categoría de clase es necesaria pero no suficiente para poder comprender y transformar las relaciones de opresión producto del sistema capitalista-patriarcal. ¿Por qué? Porque la explotación de los cuerpos femeninos/feminizados está subestimada en la revolución del proletariado. Esta postergación de la lucha por la igualdad de género aleja la posibilidad de la emancipación individual y colectiva. 

Abolir la esclavitud asalariada no implica abolir todas las formas de opresión. Es en ese sentido que la incorporación de la categoría del género resulta más que necesaria. En el imaginario de nuestros compañeros está la idea de que al proponer colocar la categoría del género al lado de la de clase nos convertimos automáticamente en menos marxistas. Y no es así. Engels planteaba que la opresión de las mujeres surgió junto al nacimiento de la propiedad privada, ¿acaso no sobra evidencia teórica y práctica para afirmar que la lucha por la igualdad de género es ineludible para el proyecto socialista emancipador?

Las mujeres pertenecientes a la clase obrera somos sometidas a una doble opresión: de clase y género. Los derechos conquistados por mujeres organizadas a lo largo de la historia no han tenido en su totalidad un tinte emancipador. En particular, acceder al trabajo asalariado fuera del hogar trajo consigo la superposición con el trabajo no remunerado vinculado a las tareas de cuidados en la esfera privada sometiendo a las mujeres a una doble jornada laboral, mucho más alienante.

El progreso en términos del acceso al mercado laboral, tan celebrado desde el norte, no trajo las mejoras prometidas para nosotras. Las mujeres que en los 70s esperábamos a los varones en nuestras casas, ahora salimos a la esfera pública en búsqueda de trabajo asalariado. Esa búsqueda no responde en su totalidad al ejercicio de un derecho sino a una imposición del capitalismo para sobrevivir: pagar el alquiler, el boleto, la luz, el agua, la comida. Con un sueldo solo ya no alcanza. El capitalismo vende y bombardea con publicidad un modelo de libertades individuales, derechos y progreso que encubre en realidad un esclavismo en la fábrica y en el hogar.

A su vez, las mujeres tienen más dificultades que los varones para acceder a trabajos formales dignos. El peso relativo de las mujeres en el mercado informal es mayor que en el mercado formal. Son las mujeres las que tienen trabajos no reconocidos como productivos, por lo tanto peor pagos y con menos cobertura de parte del Estado. La feminización de la pobreza tiene que ver con esta realidad, las mujeres pobres trabajan. Y trabajan mucho, pero no son reconocidas por eso. 

Sobre las espaldas del trabajo de las mujeres se cimientan las fiestas de los ricos: son las cocineras, las empleadas domésticas, las niñeras, las trabajadoras sexuales, las enfermeras. Esas tareas tan denigradas por algunos son el sostén para que ellos perpetúen sus privilegios.

“Patriarcado y capital alianza criminal” decían algunos carteles en la marcha multitudinaria el 8 de marzo. No se puede seguir negando esa vinculación tan estrecha entre dos sistemas que se sostienen entre sí y se necesitan el uno al otro para sobrevivir. El capitalismo es patriarcal, dominado por sus lógicas y valores. Los movimientos feministas están haciendo tambalear tanto al capitalismo como al patriarcado, ya que al cuestionar las opresiones en todos sus sentidos, proponen un nuevo modelo de sociedad justo y solidario a la misma vez que van construyendo conciencia social colectiva. Ese nuevo modelo de sociedad que las mujeres trabajadoras y feministas promueven es un modelo basado en la solidaridad, la esperanza, la emancipación y la justicia. 

No hay que ir muy lejos para ver este modelo en acción. En cada barrio popular de Uruguay hay mujeres sosteniendo ollas populares que, más allá de resolver una necesidad material concreta como lo es la alimentación, son un proyecto de sociedad nueva. Las mujeres que sostienen estos proyectos solidarios suelen ser vecinas de los propios barrios, con trayectorias de vida difíciles y con tareas de cuidados asignados. ¿Por qué son estas mujeres las que sostienen las ollas populares y los proyectos solidarios que estas traen? Porque son mujeres que ya están en sus casas tanto por ser excluidas de trabajos con condiciones dignas y por tener que dedicarse a pleno de las tareas del hogar y los cuidados comunitarios. Los varones producen, las mujeres sirven. 

En este sentido, los ataques sistemáticos del actual gobierno nacional por deslegitimar y criminalizar las ollas populares son ataques hacia las mujeres pobres organizadas, hacia al feminismo de clase y popular. El gobierno, con su moral burguesa y patriarcal, le teme a las mareas feministas que organizadas proponen sueños de libertad. El gobierno le teme a la organización popular liderada en los barrios por mujeres donde se teje emancipación, hombres y mujeres nuevas. En definitiva, las mujeres trabajadoras somos la base del sistema capitalista, si nos movemos nosotras tiembla el sistema económico y social injusto. 

La frase “Sin nosotras no hay revolución” que muchas veces queda en un eslogan o simple enunciado, tiene en realidad más vigencia que nunca. Hoy el feminismo es una indudable puerta hacia la lucha por un mundo sin oprimidos ni opresores. La revolución socialista no puede pensarse sin la complementariedad de una revolución feminista, porque perdería peso popular y no sería una verdadera revolución emancipadora en todas las esferas. 

Compañeras, compañeros: militemos en la construcción de este mundo nuevo guiado por la solidaridad, la esperanza, la emancipación y la justicia, como tantas mujeres lo hacen en sus barrios.