Los eternos aplazados

Escribe Jorge Fossatti

Acá voy a hablar sobre las nuevas formas de explotación en los viejos explotados, en cómo olvidarnos de tener una visión amplia e integradora nos termina destruyendo nuestro proyecto político y de la importancia de prestar atención a las economías digitales.

En la cambiante tela del mundo laboral, tejida con hilos de innovación y explotación, emerge un patrón recurrente y doloroso: aquellos que perpetuamente quedan al margen. Son los migrantes, los «50 tones» y los más jóvenes las almas que vagan en los terrenos borrosos de la existencia, suspendidos en un limbo de incertidumbre y olvido. No son solo figuras en un paisaje económico en constante evolución; son historias humanas marcadas por la búsqueda de un puerto seguro en la tormenta de la vida.

Los migrantes, llevados por vientos de necesidad y esperanza, cruzan fronteras en busca de una vida mejor, pero a menudo se encuentran con una realidad que poco tiene que ver con sus sueños. Dejan atrás sus hogares, familias y todo lo conocido, sólo para enfrentarse a una nueva forma de invisibilidad en tierras extranjeras. En su lucha por la supervivencia, se encuentran atrapados en empleos precarios, sujetos a las caprichosas olas de la economía tecnológica y las plataformas digitales, donde la promesa de flexibilidad se convierte a menudo en una mordaza de inseguridad y explotación.

Junto a ellos, los «50 tones», aquellos que, en el ocaso de sus carreras laborales, se encuentran desplazados por las implacables corrientes del cambio tecnológico y económico. No son lo suficientemente jóvenes para navegar con facilidad las nuevas realidades del mercado laboral, ni lo suficientemente viejos para retirarse al refugio de una jubilación merecida. En lugar de eso, vagan por un desierto de oportunidades, buscando incansablemente un lugar donde puedan encontrar estabilidad y reconocimiento.

Estas personas, a menudo rotas de redes y contacto con las sociedades donde habitan, enfrentan una vulnerabilidad doble: la de su posición socioeconómica y la del aislamiento social. En su desesperación y búsqueda de soluciones, no es sorprendente que se vean atraídas por figuras como Javier Milei, cuyas promesas de cambio y desafío al status quo resuenan profundamente en sus corazones y mentes agitadas. Es un recordatorio sombrío de cómo la desesperación y la falta de atención pueden llevar a decisiones políticas inesperadas, donde los eternos aplazados buscan respuestas en voces que prometen romper con lo que está pasando, pero que pueden no tener en cuenta sus verdaderas necesidades y derechos.

En el discurso de aquellos que prefieren mirar hacia otro lado, es común escuchar frases como «no es el momento», «no tenemos las fuerzas» o «hay cosas urgentes que atender». Argumentan que estos trabajadores no están organizados o son meros oportunistas, que son etapas pasajeras en su vida, buscando desviar la atención de un problema creciente. Sin embargo, al sucumbir a esta narrativa de inacción y desinterés, nos estamos condenando a nosotros mismos a perpetuar y profundizar las condiciones de una sociedad marcada por el abuso, la precariedad y el sacrificio humano.

Es un error pensar que las aguas turbulentas de la explotación y la marginalización no llegarán a nuestras orillas. La indiferencia y la falta de acción no solo traicionan a los más vulnerables, sino que también socavan los cimientos de nuestra propia dignidad y humanidad colectiva. Si no defendemos y protegemos los derechos y el bienestar de todas, especialmente de aquellas en situaciones de mayor riesgo, estaremos sentando las bases para una sociedad en la que, con el tiempo, todas podríamos perder nuestra dignidad. La lucha por la justicia y la igualdad no es una opción, sino una defensa mutua para preservar la integridad y el bienestar de nuestra comunidad en su conjunto. Hoy, más que nunca, debemos afirmar con convicción: o tenemos dignidad todas, o, con el tiempo, la perderemos todas.

En el corazón de la revolución digital yace un fenómeno que, aunque brillante en su innovación, oscurece un aspecto crítico de la humanidad: las aplicaciones se han convertido en un campo fértil para la invisibilización y promoción de la precariedad laboral. Estas plataformas, que podrían ser sinónimos de progreso y modernidad, se han transformado en escenarios donde los derechos laborales se desvanecen en el éter digital. Regular, atender y proteger estos espacios no es solo una cuestión de justicia laboral, sino una defensa esencial de los valores de nuestra sociedad en su conjunto.

La estrategia de estas aplicaciones para esquivar sus responsabilidades patronales es alarmantemente ingeniosa. Se autodefinen como meros intermediarios, relegando a sus trabajadores a la categoría de «colaboradores independientes», una etiqueta que les permite desentenderse de las obligaciones que normalmente acompañan a una relación laboral tradicional. Esta táctica no solo priva a los trabajadores de la protección y los beneficios que merecen, sino que también transfiere la carga de su bienestar a la comunidad y la sociedad en su totalidad. En efecto, cuando un trabajador sufre un accidente o enfrenta una enfermedad, no es la corporación, sino la red de seguridad social y el estado quienes deben asumir el costo de su cuidado y recuperación.

Además, en este nuevo paisaje laboral, asistimos a la erosión del derecho sindical, un pilar fundamental en la defensa de los derechos laborales. La naturaleza fragmentada y dispersa de la economía por aplicaciones dificulta la organización y la lucha colectiva, dejando a los trabajadores más vulnerables y solos frente a gigantes corporativos. Esta pérdida es profundamente preocupante, ya que los sindicatos han sido históricamente cruciales en la promoción de condiciones laborales justas y en la protección contra la explotación.

Frente a este panorama, es imperativo socializar una forma de ser, de luchar y de habitar que sea compasiva, solidaria y cooperativa. Estos deben ser los pilares fundamentales sobre los cuales se construye nuestra sociedad. La compasión nos llama a reconocer y responder a las dificultades de nuestros vecinos; la solidaridad nos impulsa a unir fuerzas en la lucha por la justicia; y el cooperativismo nos orienta hacia un modelo económico y social que valora al individuo no sólo como un trabajador, sino como un ser humano integral, merecedor de dignidad y respeto.

En nuestra búsqueda de un futuro más justo, no podemos permitir que las luces cegadoras de la tecnología nos desvíen del camino hacia una sociedad más igualitaria y humana ni creer que ciertos corporativismos se justifican por la necesidad, Argentina nos recuerda que somos todas o ninguna. El desafío que enfrentamos no es solo regular una economía digital, sino reafirmar y defender los valores que nos definen como comunidad. En este esfuerzo, cada paso hacia la protección de los trabajadores es un paso hacia la preservación de nuestra propia humanidad.

Las aplicaciones deben ser reguladas y las corporaciones deben de hacer sus aportes, como toda tarea que se realiza en Uruguay, los índices de  accidentes de los repartidores como la construcción de la idea de sujeto colaborador empobrecido tienen que horrorizarnos, hay cosas por hacer y no aceptan la menor demora.

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