Escribe: Sebastián Sansone | CS Vivian Trías
Los mitos griegos han marcado la historia de occidente como quizás pocas civilizaciones lo hayan hecho, y uno de esos factores son sus relatos. Entre esos relatos sobre los cuales, por supuesto, había un trasfondo moral (algo que no se distancia entre el magnífico cuento del escorpión y la rana, el pastor mentiroso y otros), aparece el relato de Narciso. Simplificando bastante, el mito habla acerca de un joven bello, tan increíblemente bello que no podía creer que algún dios lo haya ideado, ni mucho menos concebido. Narciso, tan apuesto e incrédulo ante lo que ve en un estanque, ese ser que es él mismo, se ahoga en el estanque al querer tocar esa imagen perfecta: ¡su propia imagen! Lo mató lo que hoy le decimos el narcisismo, palabrita heredera de su nombre pero bien cargada desde lo conceptual.
Quasimodo es un personaje que el cine lo puso en un lugar romántico, el feo luchador, el superador de las adversidades a pesar de todo; bueno, como casi todo lo que toca la empresa de las orejitas de ratón más popular del mundo. En el Jorobado de Notre Dame de Disney Quasimodo es un personaje oscuro, feo, con una protuberante joroba, un ojo con evidente problema neuronal y, en su generalidad, un personaje feo pero buen tipo. Esto es patente al oponerse al ideal estético del rubio musculoso que resulta ser Bestia en su formato humano. Igualmente prefiero ir al original, el de Notre Dame de París o Nuestra señora de París, que es de donde sale esa película. Similar al de narciso que es por amor, pero en este caso por amor al otro: muere rescatando a la protagonista de la historia de Víctor Hugo, a Esmeralda, la única persona que lo trató bien a pesar de su fealdad.
Ambas muertes son el desenlace lógico de una pasión, de un amor desenfrenado hacia personas distintas y por motivos diferentes. ¿Pero y esto qué tiene que ver con la cuestión política?
¿Dónde se ahogaría Narciso en el Siglo XXI?
El capitalismo tiene muchísimas derivas porque a pesar de ser un sistema joven en comparación con anteriores modos de producción, ha tenido, entre varias particularidades, la capacidad de individualizar de manera profunda a los sujetos y hacernos creer que aceptarlo es el único camino: sé tu propio jefe, tu responsabilidad, “antes muerta/o que sencilla/o”; “esta foto no, mejor esta que salgo con mejor encuadre”.
La situación de la mercantilización de la figura, del cuerpo y también de nuestra propia psicología exponiendo con publicaciones diarias en las redes sociales digitales acerca de nuestros estados de ánimo, nuestras familias, nuestros pesares ante fallecidos, nos hacen entrar en una lógica de inmediatez y necesaria actualización del estado de nuestras vidas. Si bien es cierto que existe una enorme interconexión innegable y beneficiosa, es cierto que también existen canales de generación de tipos ideales de personas.
Instagram se ha cansado de darnos ejemplos de “figuras ideales” de cualquier género que, y según su popularidad, imponen su propio estándar y consolidan su propia figura donde hay un más-menos pero siempre circunda por ahí. Además agrego la parafernalia de la cosa (la cosa, porque como nos cosificamos a la hora de sacar fotos es como hay que decirlo), gente esbelta en yates, playas paradisíacas, quizás alguna ciudad de fondo que demuestre su poder adquisitivo y demás. Esto lo muestra Tinder de manera satisfactoria donde cada cual se muestra en un excelso catálogo humano para conectar con otras personas.
La repetición continua de una misma acción inevitablemente cae en hábito. Cuando el capitalismo del siglo XXI se nos mete en nuestras vidas de manera tan privada, tan alienante, porque uno ya no busca el contacto personal sino y más por la cantidad de gente que ve historias, da “likes” a historias o comparte nuestros pensamientos de 250 caracteres, estamos antes una de las mejores cosas que hace el capitalismo y es ponernos en el lugar de Narciso que, sin dudas, es pelearnos con nosotros mismos por no tener esa capacidad de atención que las redes nos piden.
Increíble es Twitter, de ahí lo de los caracteres, como si uno pudiera desarrollar una idea en una hoja. Otro elemento impresionante del capitalismo: a las personas que quieren dar discusión crítica la han venido encogiendo en espacios en 2 sentidos opuestos: en primer lugar porque hoy la información es inabarcable y ya no se puede saber que es “verdad” o al menos “válida”; en el segundo sentido va lo de “dale, opiná, pero poco”.
El estanque de Narciso entonces, y como también para él, está delante de nosotros. Como vimos, estamos pensándonos en un formato estándar sobre todo apuntalado en la imagen, la inmediatez absurda del aquí y ahora (incluso en módicas cuotas) y el pensamiento acrítico junto con pobres prosas debería ponernos a repensarnos un segundo. La mutabildad, esa característica impresionante del capitalismo que lo hace un sistema camaleónico, logra de forma satisfactoria entrar en nuestras mentes, pero así como observamos esto subrayamos que este análisis podría hacernos esquivar el estanque para podemos superar la fase de confusión ideológica que nos puede generar la seducción hedonista del propio sistema que intentamos combatir. No es que dejemos de usar las redes sociales, sino que forcemos la contradicción desde adentro de las propias herramientas que el propio capitalismo nos ofrece.
Quasimodo: el feo, el malo y el feo de nuevo
Quasimodo como lo dijimos antes, era un personaje de las penumbras, de los vericuetos oscuros de una catedral antiquísima que se prendió fuego hace unos años y que fue furor por 2 semanas hasta que hubo algo más interesante para hablar. De hecho, la agenda de importancia temática fue colocada por la prensa internacional.
Enamorado de una persona que por primera vez lo trató como persona, Quasimodo cometió ciertas locuras, hoy desdeñables a pleno. Pero desde la situación estética y de la composición capitalista del gusto, es interesante ver cómo, y lo habíamos anticipado previamente, Disney se había encargado de maquillar la historia real en donde la cual el hombre muere carbonizado por el fuego en aras de salvar a esa persona que lo ha valorado.
La estética ha empezado a formar parte de la colonialidad del saber en la medida en que cada vez menos cuestionamos los parámetros impuestos: no es extraño, entonces que el país más exitoso en materia de instalación del capitalismo también sea, justamente, el más exitoso en la imposición de los valores que ellos, Estados Unidos, entienden como los valores a ser defendidos.
El camino hacia conseguir una estética, una imagen y “ganarse un lugar en el mundo”, tiene derivas que muchas veces no se quieren hablar o directamente se desconocen. Hay cuestiones básicas como por ejemplo la de la rapiña por 100 pesos que pueden ser explicadas desde la situación exclusión. Una persona que vive en un barrio declarado “zona roja” por los “mapas de calor” está en una situación de absoluta desventaja para competir por un lugar de trabajo si pone su barrio real en su currículum. Si lo hace, y no haré alusión a ningún barrio de los llamados “críticos” (derivado de ese mapa de calor”), no lo toman en el trabajo aplicando el famoso “te llamamos”. Nuevamente la estética aparece en clave oculta y con un reduccionismo imponente: si es de este barrio entonces seguramente tenga estas características.
Es por lo anterior que palabras como reinsertar se vuelven vacías cuando se habla de que no se puede reinsertar a quien no estuvo inserto. El mercado legal, y si existe una mano invisible, empuja hacia “afuera” (por si no basta el concepto de periferia) a las personas que no son el tipo ideal de sujeto, y entre tantas variables una de ellas es la estética: el tatuaje, el pelo de color, la “pilcha” que lleva a la entrevista de trabajo, etcétera.
La otra deriva interesante y volviendo con el ejemplo de las redes sociales es la crisis identitaria de una generación que busca la aprobación de la masa anónima. Cada vez es más común que los y las adolescentes sufran el escarnio público a partir de no pensar igual que la masa o por no encajar en los parámetros estéticos de las redes sociales. Una foto mal subida o que tiene algo que la masa políticamente correcta no acepta es un motivo o de censura o de amenazas de todo tipo. A su vez, las situaciones psicológicas que los sujetos viven agregadas a las consecuencias físicas del no encajar. Otra vez el capitalismo avasalla ubicando, imponiendo y defendiendo metas inalcanzables para el gran colectivo.
Ni Narciso ni Quasimodo
Narciso moriría en el mundo egoísta e individualista del capitalismo contemporáneo; a Quasimodo este modelo lo torturaría pero sin matarlo, porque lo necesita. Una teoría y una postura revolucionaría debe pasar por la destrucción y re armado de la hegemonía capitalista desde un sentido absolutamente general, desde discusiones en Derecho hasta las prácticas relegitimadoras de la otredad.
Considerando que hace muchos años hemos entrado en una sociedad unidimensional en términos de pensamiento, es decir, acrítica por su propia esencia, cada vez la simplificación de las ideas complejas deben ser expresadas en poquitos caracteres. Convencer pasa en condensar en 3 líneas una idea radical y polémica. Explicar la dominación, la alienación y los sistemas opresivos que nos rodean no es tarea fácil cuando la caja es tan impermeable que impide salir de ella.
La estética viene atada a esta cuestión de superficialidad anterior. La foto y los likes son los actuales parámetros válidos para saber que algo está bien, es bueno y además bonito. La inmediatez se vuelve asquerosa cuando comenzamos a transitar los lúgubres caminos de la discusión superflua, buscando ya ni discutir ideas sino las características del interlocutor.
Este escrito, entonces, tiene el ánimo de luchar desde el lenguaje la hegemonía y volver problema lo que damos por sentado y normal en nuestras vidas cotidianas para poder armar ese frente de batalla simbólico que a veces nos olvidamos que existe.