¿Se nace o se hace siendo delincuente? Una crítica general al modelo de seguridad pública (parte I)

Escribe Sebastián Sansone | CS Vivian Trias 

Motivados por el ascenso social y el reconocimiento de su existencia en tanto humanos, algunas personas rumbean hacia lo ilegal e ilícito cometiendo delitos. Estos delitos pueden ser de diferentes tipos, desde una rapiña, una estafa, una violación o un homicidio o femicidio. En todo caso, la denominación delito encaja en la medida en que podemos observar de que se escapa de la norma establecida, norma escrita y que deviene en un potencial juzgamiento por determinadas personas autorizadas. En palabras simples: el que atenta contra una norma formal, escrita, le cabe la instancia judicial. En términos generales, podemos hablar de desviación social porque lo que aplica para las normas formales aplica para las informales ya que también tiene personas que salen de una norma (informal, no escrita) y los jueces, es decir, los otros que son pares de la sociedad.

Me motiva escribir esto varias cosas, las que destaco: las intenciones de deseo del Ministro Heber, en la que se recategoriza al “pichi” como referente barrial; la increíble antiadherencia y versatilidad del tema seguridad pública cuando las cosas se ponen realmente calientes; los escándalos públicos como el caso Astesiano, la Operación Océano, Marset, bla bla. 

Ahora bien, desde el marxismo y trayendo a cuento también las teorías críticas de las ciencias sociales veamos de qué manera el modo de producción capitalista influye en determinados comportamientos, tanto individuales como institucionales, para poder comprender lo más sencillo pero no por eso vagamente, la genética de la desviación y la función social que cumple. 

Esta primera entrega va a empezar desde lo más general, un plano más teórico, más duro y quizás “aburrido”, para en la siguiente parte traer casos concretos y cómo encaja nuestra teoría en la práctica.

I. Clase social y delito ¿todos somos iguales ante la ley?

Hay determinadas características del capitalismo actual que se mantienen con el capitalismo primitivo de los tiempos decimonónicos: la competencia, maximización de la ganancia individual y acumulación compulsiva. Junto con esto, determinados marcadores de estatus como el consumo (particularmente reflejado en la vestimenta), las maneras de hablar y el comportamiento frente a la vida y la sociedad.

Todo esto que vine describiendo la industria del marketing lo ha transformado en un eslogan muy cool (a la vez que nefasto, egoísta y mezquino) que es el “tú puedes”: el deber ser del sujeto en sociedad es ser su mejor versión . El carpe diem, el vivir la vida (y y  rozando con el Hakuna Matata que Disney nos regaló en la entrega noventosa de El Rey León), el todo hoy y ahora basado en la ilusión de satisfacción instantánea, nos deposita como sujetos vulnerables ante las embestidas sistemáticas de un capitalismo que parece no detenerse. 

En las capas medias de la sociedad ese impulso de satisfacer hoy, aquí y ahora ciertas necesidades innecesarias (es decir inventadas e impuestas), ha llevado a que una gran masa de la población tenga deuda bancaria. La cuestión de lo nuevo como lo mejor no hace más que profundizar esta situación desesperanzadora: comprar el último iPhone en 12 módicas cuotas sin recargo con tu tarjeta de preferencia no es más que trabajar para pagar por reconocimiento.

Sin embargo, no toda la sociedad se endeuda por igual. El endeudamiento es la clave del capitalismo y lo vanagloria desde la propia burguesía (industrial, agraria o financiera) hasta llegar a la reproducción de la costumbre de la deuda que ejecuta el proletariado con falsa conciencia de clase. 

Aquellas personas que se encuentran en la capa más baja de ingresos de la sociedad, cuya preocupación es poder realizar sus necesidades básicas como comer y descansar, también ven comprometidas su posibilidades de inserción en la sociedad. Existen dificultades como la inserción a la educación formal acompasado con la posibilidad de mantenerse en ésta un tiempo considerable a la vez que pelean por conseguir un trabajo.

La demografía y la estadística (esta última muy interesante porque tiene a medir calorías, habitaciones, garrafas de 13 kg y demás sólo de los pobres, pero pocas veces de los ricos malla oro), ha mostrado que en promedio mientras menos ingresos a nivel familiar se percibe, mayor cantidad de hijos hay; así como la edad del primer hijo en mujeres es cada vez más temprana. Aquí se abre el campo de la brecha de género que incide significativamente en el abandono de los estudios formales de manera prematura y condiciona la salida laboral de la mujer. Pero además y poniendo el foco en esas familias, imaginemos la situación de estar en una familia numerosa y ante la escasez de dinero el dilema de estudiar o trabajar.

La cuestión problemática surge en que para encontrar trabajo, aquellas personas que provienen de familias de ingresos bajos, también suelen vivir en barrios estigmatizados, algunos de ellos llamados “zonas rojas”, y esto complica la misión de trabajar pues los empleadores (o el representante de recursos humanos de la empresa) aplica el famoso “te llamamos” para hacer entender que no serán contratados. 

Un clásico de la etnografía escrito por el francés Philippe Burgois que se titula en castellano “En búsqueda de respeto: vendiendo crack en Harlem”, demuestra precisamente la situación de expulsión del mercado de los afroamericanos en Estados Unidos, nada más ni nada menos que en el epicentro del capitalismo financiero que es Manhattan. Como los circuitos convencionales del ascenso sociales (trabajo formal/estudio) se veían trabados por su condición doble de pobres y afrodescendientes, veían en la venta de crack (un símil a la pasta base nuestra), la posibilidad de enriquecerse y adquirir los bienes de consumo que eran impuestos por todos lados: desde la cartelería, los reclames en la televisión y hasta por los autos de alta gama que los empresarios manejan yendo hacia Wall Street.

En síntesis, para poder comprender de manera un poco más crítica la situación que lleva a que haya delitos en una sociedad capitalista se debería observar atentamente las presiones sociales que determinados sectores de la sociedad reciben por encima de otros. El delito no se restringe sólo a las capas bajas pues existen delitos de “cuello blanco” que son, sobre todo, de las capas de ingresos elevados y achacables a la burguesía, las cuales también están sometidas a sus propias reglas y, paradójicamente, a sus presiones. El fraude, la estafa, el desvío de fondos o el saqueo de bancos utilizando las propias reglas del juego para vaciarlos (y no yendo con escopetas) obedecen a un juego de presiones instaladas por esta misma clase social. Sin embargo, vemos que si bien la naturaleza es la misma, el género del ilícito es significativamente diferente.

Cosita no menor que no quiero dejar pasar. Todo lo anterior por supuesto viene enfocado en los que menos tienen. La superestructura (corregida a la postre por Gramsci como hegemonía), trabaja en la situación de perpetuación del modelo vigente, en este caso en el capitalista, en otros momentos históricos fue otro. Por lo tanto, una de las consecuencias lógicas es que el derecho penal sea para defender la propiedad privada y el derecho civil para defender a los dueños de dicha propiedad. Con  esto resaltó que la política de seguridad pública y “ciudadana” va en la línea de satisfacer la necesidad de meter preso al “chorro”, “pichi”, “ñery”, al mal vestido, que encargarse equitativamente en arrestar al delincuente real: porque un desfalco bancario y muy a pesar de las consecuencias peores y duraderas que tienen, no se castigan igual que una rapiña.

II. Terroríficos territorios

No sólo se genera una marca en torno a ciertos individuos o categorías de ellos, sino también en torno a barrios enteros mediante la marginalización y la exclusión.

El reclamo de un trato igual es lo que se busca en los barrios “zona roja” en Uruguay, por ejemplo, lo que algunos medios llamaron “rebelión en el barrio Marconi” ciertamente lo fue pero se trató de manera penal y no política. El hecho desencadenante en aquel momento fue la muerte de uno de “dos presuntos rapiñeros” que culminó con tiroteos, el incendio de un ómnibus de línea urbana (el único que recorría el barrio) y el ataque a un médico de una policlínica local. La muerte desató la violencia, pero fue una violencia revolucionaria que en algún momento iba a desatarse, porque si no era con este hecho hubiese sido con otro. 

Hay que tener en cuenta que existe también una violencia contra los habitantes de los barrios. Violencia desde arriba que se compone de tres factores: i) desempleo masivo, persistente y crónico que incide en la desproletarización y las distintas dificultades materiales y simbólicas para insertarse en la sociedad; ii) la relegación de los barrios desposeídos, por ejemplo en la carencia de servicios básicos de transportes, escuelas, etcétera; iii) estigmatización, devenida por lo anterior e intensificada por los discursos públicos y los orígenes sociales de las familias que allí residen.

La mención al barrio y de la zona de origen social del delincuente o sospechoso, según el caso, es un punto necesario a resaltar a nivel discursivo puesto que, la sensación de inseguridad pública, encuentra en estos espacios su “visibilidad”, dado que el otro peligroso surge o vive allí. En Chicago, por ejemplo, “el desempleo superaba al 60% entre los jóvenes negros y latinos de South Central Los Ángeles y la economía ilegal de la droga era, con mucho, la fuente de empleo más segura” (Wacquant, 2012: 46). Está claro, entonces, que el mercado, la mano invisible aquella de la que tanto se habla, promueve menos posibilidades de las que se asegura de dar. Convengamos entonces que a falta de posibilidades de trabajo en una sociedad donde el empleo es la base para el consumo y el consumo necesario para la “dignidad social”, es esperable que existan mayores probabilidades que en otros barrios de tener individuos sobra línea de lo ilícito, producto de esa búsqueda de ascenso social que atraviesa a toda la sociedad. Y así se reproduce el círculo cuando los medios de comunicación toman sólo a estos individuos sospechosos y hacen explícita referencia a su barrio, conduciendo a la sociedad a legitimar esa noción de barrio peligroso y consiguiendo marcar a barrios enteros y categorías de ciudadanos (casi siempre pobres) completas como peligrosos delincuentes, posibilitando que la policía intervenga en estos barrios y llevando a que los habitantes de la zona se vean excluidos y con opciones recortadas, empujándolos a la informalidad y cayendo, en algunos casos, en algunos delitos. 

Pero es exactamente la manipulación mediática de los hechos lo que hay que destacar, no somos lo que hacemos sino lo que los demás dicen que hicimos. Somos, lamentablemente, apariencia. Por ejemplo, la despolitización de la protesta y el encausamiento penal hace que se legitimen intervenciones violentas: los habitantes de las ciudades periféricas y señaladas como “zonas rojas”. Los episodios de revelarse contra el sistema como colectivo o, por ejemplo consumiendo algún tipo de estupefaciente, vendiéndolos, o todo aquello que es nombrado como un ilícito (que pueden ser vistos, desde otro punto, como rebeliones individuales, microprotestas) tienen la característica de salir del plano de lo político (rebeliones o actos contrahegemónicos) y entrar, en el discurso de los actores en el plano penal-punitivo, posibilitando tanto el accionar de la policía, los jueces y los técnicos. 

De esta manera el barrio pasa a ser el escenario del mal y el campo fértil para el surgimiento de “patologías sociales”, volviendo a sacar de en medio la situación económica y de clase de la ecuación. Se dice “están enfermos”, “son drogadictos”, “de chicos pintaban bien pero se desvió”; en fin, medicalizar para re insertar. Por cierto, ¿qué inserción cuando no se estuvo nunca inserto? Así, el barrio es un elemento clasificatorio por excelencia, una tipología elaborada a base de dos componentes, uno material, un lugar físico distinguible de otros por el deterioro material de las casas y las calles, falta o insuficiente saneamiento, etcétera; y un componente simbólico, ciertas personas vestidas de tal manera, con un léxico específico y maneras y modales que los hace distintos a los demás: los generadores del mal. 

Esta representación se ve apoyada fuertemente por los medios de comunicación quienes en su  puesta en escena transmiten las imágenes que deben encarnar las percepciones. Se genera una fuente de inseguridad materializada en este espacio y, a la vez, se reproducen las tendencias delictivas a su interior. En definitiva, el barrio resulta criminógeno porque lo señalaron como tal, para luego ser criminógeno por sí mismo debido a la exclusión, y seguir alimentando la inclinación de señalamiento de los medios, el Estado y los discursos políticos en un inacabable espiral de desprotección, aislamiento y falta de representación, así como de constantes vulneraciones. 

III. Tengo miedo; ¿tengo miedo?

La generación de chivos expiatorios, la estigmatización progresiva, los énfasis discursivos en los generadores del mal y las políticas públicas de seguridad, todas ellas son respuestas al miedo; un  sentimiento o una emoción poderosa que justifica diversas acciones para poder confrontarlo: “Miedo es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer: a lo que puede y no puede hacerse- para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que está ya más allá de nuestro alcance (Bauman, 2007).

Si escapamos del plano práctico y vamos todavía a lo filosófico, el miedo se compone por miedo a la muerte. En la imprevisibilidad de la muerte, de la que nunca sabés si zafás porque la calle está llena de chorros, el miedo contemporáneo es una mezcla de incertidumbre e ignorancia sobre el momento en el que va a llegar. Pero también existe un segundo tipo de miedo, o miedos de segundo orden, o miedos derivativos.

Los miedos secundarios son el sentimiento de ser susceptible al peligro: una sensación de inseguridad (el mundo está lleno de peligros que pueden caer sobre nosotros y materializarse en cualquier momento sin apenas mediar aviso) y de vulnerabilidad (si el peligro nos agrede, habrá pocas o nulas posibilidades de escapar de él o de hacerle frente con una defensa eficaz).  En el plano general del capitalismo avanzado globalmente encontramos tres clases de peligros que se temen: 1. los vinculados al cuerpo; 2. los que amenazan la duración y la fiabilidad del orden social del que depende el medio de vida; 3. por último, los que amenazan el lugar de la persona en el mundo (posición social, identidad) que lo hacen único.

El miedo en la sociedad uruguaya vinculada a la inseguridad tiene de las tres clases de miedos antes enumeradas y el miedo (o los miedos) han venido consolidándose en omnipresentes debido a, en parte, que el Estado ha buscado establecer un principio de subsidiariedad en el combate del miedo, pasando de la seguridad social a la seguridad personal: que se encarguen los privados (personas, familias, vecinos -en alerta-, etc). Probablemente debido al resquebrajamiento de los Estados de Bienestar, ahora cada individuo debe hacerse de valor para combatir los miedos; un problema social busca resolverse como problema individual. Al igual que las crisis bancarias y las recurrentes crisis capitalistas, siempre los errores de los ricos los paga el pueblo, las personas, nuestros vecinos. Aplica igualmente hoy la persecución individual de los sujetos socialmente establecidos como delincuentes

Para qué sirven los miedos es un tema bastante complejo y polémico. Sin embargo, siendo el miedo una consecuencia de la inseguridad se observa, entonces, que la inseguridad es una poderosa fuerza sociopolítica de desatar consecuencias de la más diversa índole. Sobre todo, es necesaria para la expansión de la mentalidad de castigo y de las distintas formas de control social. Es decir, manipular el miedo para generar efectos deseados en la sociedad que se quiere dirigir. Más miedo, más inseguridad, mayor estabilidad, así es la fórmula. El miedo existe y está bien, es así, lo tenemos por el hecho de ser humanos. De esta forma, este tipo y el fomento del miedo para el mejor control de la población, la exageración para el apaciguamiento y la manipulación para el mantenimiento del capitalismo es lo que acá estamos intentando mostrar. Vivimos en un mundo de miedo mutable y de factores cambiantes de producción de miedos: el narcotráfico y sus luchas, los inmigrantes, los delincuentes ingobernables y el Dengue. A ver, el miedo, la inseguridad y la violencia pasaron a ser factores importantes de cohesión social e, incluso, los prejuicios sociales cimientan buena parte de los comportamientos a partir de los cuales la gente organiza su vida cotidiana, sus respuestas inmediatas, sus diálogos informales.