Escribe Santiago Acuña | CS Mercado Modelo
La culpa y la desesperanza no son nuestras. El capitalismo es más que un sistema económico, es, sobre todo, un sistema de valores y mensajes que son funcionales para que unos pocos disfruten de todo mientras la mayoría hace malabares para pagar el alquiler, la luz, el agua, internet y la entrada al Estadio. Con las manos de los trabajadores se crea un mundo lleno de nuevas tecnologías, de casas cómodas y medicina sofisticada al que solo los ricos tienen acceso ilimitado. Insólitamente cuando pedimos participar de eso que construimos, aparece la sagrada meritocracia: tenemos que trabajar más, ¡¿todavía más?! La resignación está a la orden del día.
Porfiada, la historia nos muestra que las mayorías sí tenemos herramientas para avanzar. Cuando somos conscientes de la injusticia, cuando entendemos que si nos juntamos somos más y podemos cambiar las cosas, ahí nos planteamos empezar a participar en un sindicato, un partido político o un movimiento. Queremos reclamar lo que nos corresponde. Pero ahí nuevamente entran a jugar los valores hegemónicos sembrandonos la duda: ¿está bien hacer paro y juntar firmas? ¿vale la pena dedicar tiempo a la reunión en el comité o a la marcha por 18 de julio? Obviamente la respuesta del sistema dominante es: “no te muevas: está mal y no vale la pena”.
- Está mal (culpa). Está claro que los ricos y esa mayoría que la corre de atrás tienen distintos recursos para presionar por lo que quieren. Los ricos que deciden culpabilizar a la militancia no son malos, están defendiendo lo que creen que les pertenece. Con mucho dinero y posibilidad de expandir su mensaje, se meten en todas las esferas para intentar convencernos que salir a las calles buscando un mundo mejor es reprobable. En su versión más suave, penalizan todo lo que no se resuelva en un ámbito institucional porque ellos tienen más fuerza allí que en las calles. Para que seamos menos buscan asociar la organización y movilización popular con la violencia física, la desestabilización, el atentado contra las instituciones, la vagancia e incluso la corrupción ¿te suena? A mi se me viene a la mente el ejemplo de la persecución a las ollas o los escraches mediáticos a adolescentes del gremio del IAVA.
- No vale la pena (desesperanza). Esta segunda parte del mensaje anti-militancia se viraliza de forma más sofisticada. Por un lado, nos dicen que las mejoras no son gracias a la lucha colectiva sino al esfuerzo individual. Así, se difunden historias de vida con casos particulares al estilo de la película “En busca de la felicidad” para intentar mostrar que “si querés, podés” (paréntesis: el narcotráfico como modelo exitoso para llegar al lujo y los mal llamados “libertarios” se alimentan de esta faceta del mensaje capitalista). Por otro lado, los gobiernos de ricos cada vez escuchan menos y negocian menos con organizaciones y movimientos que los cuestionan. Además hacen que la plata rinda menos y que estemos más cansados, con pocos estímulos para pensar en otra cosa que no sea llegar a fin de mes.
Y nuestra respuesta, ¿cuál es? En primer lugar somos conscientes del momento que estamos viviendo, por eso decimos bien fuerte que juntarse para cambiar el mundo es contrahegemónico porque es esperanzador. Vivimos para salir al parque, hacer amigas, ir a ver básquetbol o dar una mano a quien lo necesita. Está bien decidir dedicar tiempo a asegurar nuestras propias condiciones de vida y las de quienes nos rodean. En esa actitud de vida se tejen lazos de compañerismo y de contención afectiva que son únicos. Tenemos claro que no eran criminales los 8 mártires de Chicago, tampoco lo eran nuestras compañeras que soñaban con un mundo mejor y fueron desaparecidas, así como tampoco lo son los pueblos indígenas que luchan por sus tierras en América Latina.
Pero, lo más importante es saber que movilizarnos por lo que es justo vale la pena. La opresión y la injusticia pero también la rebeldia vienen desde los origenes de la historia: el pueblo judío se rebeló contra la esclavitud que le imponía el Imperio Egipcio al igual que el pueblo haitiano contra el Imperio Francés; en Vietnam se juntaron contra la invasión de Estados Unidos y en Bolivia en defensa de los recursos naturales atacados. Y no solo en el mundo: en estas tierras los orientales se rebelaron contra el abuso imperial y porteño, los sindicatos hicieron huelga por mejores condiciones de trabajo a principios del siglo XX; juntamos firmas y ganamos en las urnas para que no privatizaran las empresas públicas en los 90s. Para los oprimidos nunca nada fue gratis, todo se consiguió con lo que tenemos a mano: agarrar coraje, juntarnos y ser más para avanzar. Nadie sobra si queremos un mundo distinto.
Hoy el contexto es duro pero la tarea es la misma. Si queremos dejar atrás la injusticia debemos transformar la desesperanza y la culpa en organización y rebeldía. Nosotros no contamos con medios de comunicación masivos, el dinero no está de nuestro lado y el Parlamento ayuda pero no es suficiente. Tomemos valor teniendo la esperanza de que somos más. Se puede: ya lo hicimos antes y lo vamos a hacer de nuevo. Hagamos realidad la consigna que se escucha en cada marcha en defensa del agua “sin vos no hay cambio”.