Escribe Federico Pérez Céspedes | Secretario de Comunicación PS
A pesar del título, no vamos a desarrollar o discutir posturas filosóficas… al menos no en una primera instancia. Vamos a pensar la posverdad, observarla en funcionamiento e intentar ver su relación con los discursos de izquierda.
Para poder realizar el cometido del primer párrafo necesitamos responder una pregunta básica: ¿qué es la posverdad?
Una definición bastante difundida sostiene que la posverdad es una distorsión premeditada de la realidad en la que se busca que primen las emociones y las creencias personales por encima de los hechos acaecidos, con la intención de incidir sobre la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Por lo tanto, en el caso de la posverdad, no es relevante si un hecho sucedió o sucede, sino que lo importante es activar las emotividades para que un grupo especifico de personas confirme o no creencias que ya tenía previamente.
Un caso muy obvio y conocido de esto son las fake news. Seguramente, todas y todos hayamos leído o visto en los diferentes medios de comunicación informes sobre las fake news y su impacto, por ejemplo, en las elecciones de Estados Unidos o Brasil. Pero las fake news no son solo eso. Funcionan en múltiples temas y escalas. Se utilizan webs, portales de noticias, radios, blogs, medios televisivos y redes para comunicar y viralizar noticias falsas en temas políticos, sanitarios, conspirativos, etc. También se utilizan cadenas por WhatsApp, Telegram, Facebook, u otras redes sociales para divulgar fake news en temáticas diversas, incluyendo tópicos más “micro” como asuntos sindicales, temas políticos regionales o locales y asuntos sociales. Esto último en ocasiones pasa desapercibido. Varias veces, en grupos con motivos políticos, vemos como compañeras o compañeros comparten informaciones o reenvían mensajes que les llegaron sin comprobar su procedencia o veracidad justamente porque refieren a temáticas que sensibilizan o son de relevancia desde una perspectiva humanista.
¿Qué peligro reviste compartir mensajes sin chequear su veracidad o si los mensajes se debían o no compartir? Muchos. Desde entorpecer negociaciones con información falsa, trabar discusiones, llevar a compañeras o compañeros a cometer errores, caer en estafas, riesgos de muchos tipos.
Teniendo en cuenta lo anterior, si las fake news son el caso más obvio y conocido de posverdad ¿hay otros ejemplos? ¿dónde podemos encontrarlos?
En cualquier ámbito de nuestras vidas, escuchamos cotidianamente enunciados o afirmaciones que no se desprenden de alguna constatación empírica. Eso por sí mismo no configura una acción posverídica. Todas y todos en algún punto afirmamos intuiciones, impresiones, cosas de las que no tenemos seguridad. Las opiniones en todos los casos son un punto de vista sobre los múltiples posibles.
Sin embargo, en muchas oportunidades hay afirmaciones que no tienen sustento empírico constatable, pero que sí cuentan con un trasfondo ideológico claro. Eso a priori no es algo negativo. En cambio, si a eso le agregamos la estrategia de repetirlas una y otra vez como una verdad revelada y aún más, la combinamos con la estrategia de trasladar la misma afirmación a diferentes lugares donde se intercambie sobre la misma temática o relacionadas, paulatinamente se puede ir construyendo una “verdad” sobre algo que es incomprobable o llanamente falso.
La repetición o viralización de enunciados o conceptos sin fundamentos –o que no se desprenden de ningún hecho comprobable- es una de las partes de la posverdad. Otra de las partes más relevantes es el sesgo de confirmación.
¿Qué es el sesgo de confirmación?
El sesgo de confirmación es una tendencia en las personas a acercarse a información que respalde o asevere cosas que ya sentían o pensaban previamente. Esta tendencia también provoca que interpretemos la evidencia fáctica en algunos casos más flexiblemente, de modo que la conclusión apoye nuestras expectativas, creencias o hipótesis previas. En síntesis, mediante este sesgo buscamos información exclusivamente en lugares que sean favorables a nuestras ideas o posturas y al mismo tiempo somos menos críticos o metódicos para comprobar la veracidad o procedencia de la información que confirma lo que ya pensábamos.
El puzzle se completa por sí mismo. Tenemos en primer lugar la repetición o viralización de afirmaciones no contrastadas en los hechos, y en segundo lugar una tendencia a confirmar lo pensado a priori con cierta facilidad. Al mismo tiempo, la elección de lugares donde buscar información, y cómo esa información se brinda en esos lugares también se vincula al sesgo de confirmación.
Entonces ¿nos encontramos con afirmaciones o conceptos posverídicos en nuestras militancias? Es discutible. Tenemos que pararnos a analizar la multiplicidad de informaciones y afirmaciones que recibimos todos los días. ¿Dónde nos informamos?, ¿cómo construimos nuestros argumentos?, ¿contrastamos lo que leemos en diferentes fuentes? ¿cuando queremos justificar una posición repetimos algún enunciado que hayamos escuchado muchas veces o intentamos construir una formulación propia? Son muchas las preguntas, pero hay algunos ejemplos macro y micro.
Más allá de la reflexión propuesta, el campo de la lucha por la hegemonía cultural nos puede dar un ejemplo de lo que venimos desarrollando. Para nosotras y nosotros, que somos socialistas y sostenemos una postura poscapitalista, el problema del realismo capitalista nos enciende un sinfín de alarmas. En este caso, a la luz de los conceptos vertidos anteriormente, la internalización y reproducción discursiva del realismo capitalista se construye como un hecho posverídico. Escuchamos en los espacios que transitamos afirmaciones del tipo: “las elecciones se ganan en el centro”, “yo soy realista entonces pienso en medidas reales”, “lo único que podemos hacer es gestionar bien y distribuir un poco mejor”, “la estrategia es irse hacia el centro”. ¿De dónde salen estas afirmaciones? ¿Están comprobadas? ¿Cuáles son los casos concretos de los que se desprenden? Se repiten una y otra vez en múltiples subespacios del universo militante. Se hacen pasar por algo concreto, tangible, “real”, pero por el contrario esconden una firme y clara postura ideológica. Estas afirmaciones sin correlato empírico entran en el universo discursivo de las esferas militantes, se repiten, y lentamente se van internalizando, constituyendo para algunas y algunos una verdad inequívoca. Este es uno de los ejemplos más macro. También hay cuestiones más micro o cotidianas que tienen que ver, por ejemplo, en cómo ganar o no elecciones, en qué candidata/o es mejor o no porque habla de tal o cual manera o nació en tal o cuál lado, o en qué hacer o no para ganar elecciones o modificar normativas.
Por otro lado, complementando lo anterior, el sesgo de confirmación en algunos casos también actúa en conjunto con el doble flujo comunicativo. ¿Qué es el doble flujo de la comunicación?
El doble flujo en la comunicación es una teoría que sostiene que la comunicación mediática funciona en dos pasos. En una primera instancia la comunicación llega a personas que por sus características -carisma, liderazgo, fiabilidad, poder de convencimiento, locuacidad- son líderes de opinión. En segunda instancia, son estos líderes quienes terminan informando a otras personas que tienen un contacto menos directo con la información. Los líderes de opinión en ocasiones se convierten en la fuente de información más cercana a algunas personas y todo lo que diga este líder de opinión puede pasar por verdad absoluta por el sesgo de confirmación.
Vemos a través de lo que reflexionamos, que se delinea una circularidad un tanto oscura. La complejidad, dinamismo y sobreoferta en la información disponible nos resulta abrumadora; y la oferta engañosa y sesgo acrítico de confirmación nos limita en las opciones. ¿Tenemos alternativas? ¿Podemos construir un modelo de comunicación que pueda circular flujos más inclusivos y extensos? ¿Qué compromisos requiere la apuesta a una comunicación crítica y popular?
Otra comunicación es posible. Para eso se necesita de todas y todos. Tanto en cómo construimos comunicación, como en qué forma la compartimos y la hacemos circular. Si nuestro proyecto político busca convertirse en un proyecto emancipador de las grandes mayorías, necesita construir un vehículo de expresión, alcance y representación de las distintas subjetividades. Es menester que se erija sin reproducción acrítica ni posverdades. Para ello la comunicación popular no puede construirse desde las normas estéticas-tópicas de la comunicación en función del mercado. Es fundamental que subvierta y atraviese los compartimientos estancos de los modos estéticos congelados reproducidos por los medios hegemónicos. Al mismo tiempo, es vital que se sostenga en una ética realmente transformadora.
El desafío es como siempre, pensar, debatir y construir.