Avanzar en la reducción de la jornada laboral es un imperativo de la época y un componente central de nuestro proyecto de un mundo más justo para una vida digna. 

Escribe José Nunes | Senador PS-FA

El pasado 2 de mayo en la media hora previa del senado planteamos, en línea con lo que el día anterior había reclamado el PIT-CNT en su acto del día internacional de las trabajadoras y trabajadores, la necesidad de que el parlamento nacional abordara el análisis de la duración de la jornada laboral y su reducción.

Consecuentemente con eso, el 8 de junio convocamos a una instancia de diálogo amplio y plural sobre el tema donde integramos, además de los componentes clásicos del tripartismo en materia laboral (Estado, patronales y trabajadores), el cooperativismo de producción, la perspectiva de género y feminista, y el aporte de la UDELAR a través del Instituto de Relaciones Laborales.

Días después el Senador Daniel Caggiani presentó a discusión de la bancada del Frente Amplio un proyecto de ley que establece la carga horaria semanal máxima para todos los sectores de la actividad en 40 horas, el cual está siendo analizado y seguramente en breve será presentado formalmente para el estudio de la comisión correspondiente.

Uruguay: de la vanguardia a los últimos lugares del pelotón. 

Este debate, que ha tomado notoriedad en estos días en nuestro país, no es una originalidad nuestra. Si en 1915, con la aprobación de la ley de 8 horas (jornada laboral diaria de 8 horas y semanal de 48), nuestro país se colocó a la vanguardia de la legislación continental e internacional en la materia, hoy ya hay muchos que nos han superado.

Ya en el lejano 1935 la OIT aprobaba el Convenio Nº 47 que declaraba en su “Preámbulo” “…que el desempleo se ha extendido tanto y se ha hecho tan persistente que en la actualidad millones de trabajadores, sin ser responsables de su situación, están en la miseria y sufren privaciones de las que legítimamente tienen derecho a ser aliviados.”, y que “…sería conveniente que se facilitara, en todo lo posible, la participación de los trabajadores en los beneficios del progreso técnico, cuyo rápido desarrollo caracteriza a la industria moderna…” y luego establecía en su artículo 1º, que se declara en favor: “del principio de la semana de 40 horas, aplicado en forma tal que no implique una disminución del nivel de vida de los trabajadores.”  Y lo reiteraba 27 años después a través de su recomendación Nº 116 que señala que: “Cada Miembro debería formular y proseguir una política nacional que permita promover, por métodos adecuados a las condiciones y costumbres nacionales, así como a las condiciones de cada industria, la adopción del principio de la reducción progresiva de la duración normal del trabajo…”.

También recordamos el 2 de mayo que ya hay cuatro países de nuestra región, Ecuador, Venezuela, Chile y Colombia, que tienen vigente normas legales y generales que reducen la jornada laboral semanal, a 40 horas los tres primeros y a 42 el último, y que en Europa, Australia, Japón y EE.UU., donde ya la carga horaria semanal en general es de 40 horas y en algunos países menos, se están desarrollando con buen suceso experiencias denominadas 4 días por semana, donde se trabajan cuatro jornadas de 8 horas y se mantienen los mismos niveles de productividad.

En nuestro país, sin perjuicio de reconocer que en distintos sectores, por la vía de la negociación bipartita, se ha avanzado en la reducción de la carga horaria semanal, la legislación establece, tal cual el informe de la UDELAR en el evento del 8 de junio, una carga horaria semanal de 48 o 44 horas según el sector de actividad. Esto es, a 88 años de que la OIT adoptara el Convenio 47 y a 51 años de la Recomendación Nº 116, no hemos establecido el límite de las 40 horas semanales para todas y todos los trabajadores.

La economía debe estar al servicio de la vida

La economía debe estar al servicio de la vida y no la vida al servicio de la economía nos recordaba el jueves 8 la Econ. Alma Espino, y tenía razón.  Y, si reducir la jornada laboral era justo y necesario en 1935, hoy, cuando un día sí y otro también vemos como la incorporación de maquinaria y tecnología sustituye el trabajo humano e incrementa la productividad, demandamos que esa mejora se vierta en beneficio de la clase trabajadora y no se transforme como hasta ahora en menos empleos y más rentabilidad para el capital. Lo justo, lo humanamente conveniente, lo que beneficiaría a toda la sociedad, es que a la sustitución de trabajo humano por tecnología se asocie a una distribución del trabajo humano necesario manteniendo los puestos de trabajo y disminuyendo la carga horaria de cada trabajadora y trabajador. 

En la exposición que realizamos ante el Senado el 2 de mayo establecimos tres razones para este planteo:

  • El aumento notable de la productividad del trabajo y de la riqueza producida.

Se podrían citar muchos datos para fundar esta afirmación y remontarnos muchos años atrás, pero por señalar uno solo de ellos tenemos que entre 1/1/2018 y 31/12/2022, esto es, en cinco años, en nuestro país, el Índice de Volumen Físico de la Industria Manufacturera (los bienes producidos) creció un 25,3%, mientras que las horas trabajadas disminuyeron un 4,4%. Redondeando con generosidad para el lado del capital, podemos decir que cada hora de trabajo produjo por encima de un 25% más.  

  • La desigual distribución de esa riqueza (asociada a la propiedad de los medios de producción), que se profundiza cada día en el mundo y también en nuestro país, que lleva a que contrasten niveles de lujo y consumo sin límite con la pobreza extrema, el hambre y miles de muertes por carencias de atención a la salud, situación agraviante para la humanidad.

También aquí tenemos datos de sobra en nuestro país, donde ya se ha denunciado que con relación al año 2019 se ha verificado un aumento de la riqueza generada del orden del 3,5% y una caída de la masa salarial del 4,9% y de las jubilaciones y pensiones del 2,1%. Según el Econ. Carlos Grau: “El aporte de los trabajadores en el año 2021 resultante de la caída del salario real ascendió a, aproximadamente 800 millones de dólares, valor considerablemente superior a un punto porcentual del PBI. Parte de este monto significó una reducción de costos para empresas que, en algunos casos, tuvieron ganancias cuyo valor podría equivaler a varias veces el de la reducción salarial.”

  • La creciente sustitución de mano de obra por máquinas e inteligencia artificial. 

Sobre esto no es necesario dar muchos ejemplos porque lo vemos a diario, ya no solo en la industria si no también en el sector servicios, por ejemplo, con la proliferación de los “tótem” de auto servicio (porterías, instituciones de asistencia médica,…), o en las cajas “hágalo usted mismo” de los bancos y los supermercados.

Por cierto que la reducción de la jornada laboral tiene un impacto muy positivo en la vida de cada trabajador o trabajadora, pero no solo en ellos, también por supuesto en su familia, en su entorno y en la sociedad en su conjunto. La mayoría de las personas realizamos trabajos que no son nuestro empleo remunerado y que, suponen una dedicación, a veces muy significativa, de tiempo. Empezando por el hogar, el tantas veces invisibilizado trabajo que ha caído históricamente sobre las mujeres, ¿es que alguien puede ir a trabajar sin alimentarse? ¿Y no es entonces el esfuerzo que resuelve esa necesidad una contribución imprescindible para la creación de la riqueza que se da luego en la actividad económica de que se trate? ¿Y las trabajadoras y trabajadores del futuro, las niñas y niños de hoy? ¿No hay que cuidarlos, alimentarlos, educarlos, darles un marco afectivo? ¿Y ese proceso no es básico para el futuro de todas y todos? Y cuando integramos una Comisión Fomento de un barrio o de una institución educativa, o una organización gremial o una cooperativa, ¿no es un trabajo ese que contribuye a mejorar la convivencia y hace una sociedad mejor y una vida más digna para todas y todos?

Ni que hablar que tenemos derecho al tiempo libre, al ocio, a cultivar y disfrutar los afectos, a realizar actividades que nos gusten, nos enriquezcan como personas y nos diviertan. ¿No debemos pensar que el desarrollo de la ciencia y de la técnica contribuya también a que podamos acceder a todo eso?

No ignoramos que estamos en una economía de mercado, que las empresas están en competencia y que tiene que cuidar sus costos. También que no todos los sectores de actividad y empresas tienen los mismos niveles de rentabilidad y márgenes de ganancia. Entendemos que la reducción de la jornada laboral debe ser un proceso y es importante contemplar distintos puntos de vista y atender realidades específicas. ¡Pero también pensamos que hay que repartir mejor la torta y que es necesario que nuestro sector patronal asuma eso! ¡Por eso para nosotros la discusión no es si es posible, sino cómo hacemos para avanzar en la reducción de la jornada laboral!