Escribe: Rodrigo Gente – Brigada Julio Castro
Se acerca la transformación curricular de la educación media superior y técnico-profesional. En dicho contexto, de acuerdo al nuevo plan para la educación media superior, la filosofía verá reducida gravemente su carga horaria. A pesar de que se reconoce discursivamente su importancia, su enseñanza retrocede.
En primero de bachillerato la asignatura pierde una hora y en tercero desaparece como tal. En primero aparece un taller optativo sobre argumentación y debate que, en principio, sólo podrían dictar profesores de filosofía. En tercero aparece la asignatura “Epistemología”. Sobre estas innovaciones hay que decir varias cosas. 1) Son pseudo innovaciones (asimismo podría calificarse a la transformación en general), ya que lógica y teoría de la argumentación, además de epistemología, tanto en sentido general como específico, están incluidas en el programa de filosofía de segundo. 2) Si desaparece la filosofía de tercero los futuros ciudadanos se perderán de filosofía política, de ética, de estética, y de metafísica. 3) Tanto el taller de argumentación y debate como “Epistemología” pueden no ser filosóficos (si están pensados como el libro del doctor Pablo da Silveira acerca de cómo ganar discusiones, o como la “Epistemología” del llamado bachillerato internacional, entonces no lo serán). 4) El taller optativo sobre argumentación y debate no va a ser una oferta que esté presente en todos los liceos del país (además de que probablemente sea semestral, como dijo Robert Silva a los medios de comunicación), y la carga horaria de filosofía en segundo y de “Epistemología” en sexto es desconocida.
Ante el panorama de retroceso e incertidumbre (no sólo para la filosofía sino para muchas asignaturas como geografía, astronomía, economía, y demás) los profesores hemos reaccionado y nos hemos organizado con relativo éxito para defender, no sólo nuestro medio de vida (lo cual es natural y tenemos el derecho de hacer), sino aquello de cuya importancia estamos convencidos: la filosofía y su enseñanza.
Que la mala enseñanza de la filosofía puede arruinar lo que se supone que debería conseguir en los estudiantes ya lo decía Vaz Ferreira hace muchísimo tiempo. Tal vez podamos hacer mea culpa: ¿no habremos sido incapaces de transmitir el valor de la filosofía porque no la enseñamos bien? Malos profesores los hay y de cualquier asignatura y, a pesar de que la circunstancia nos mueve a reflexionar sobre cómo ser mejores, es evidente que el retroceso de la enseñanza de la filosofía es un hecho mundial y no local. En mi opinión, seguir la tendencia general es atentar contra una de las mejores tradiciones de la pedagogía nacional.
No voy a hacer una defensa aquí del valor de la filosofía y su enseñanza. Ya lo he hecho en otra parte y, además, me limitaría a parafrasear a Bertrand Russell y a Vaz Ferreira (que pueden leer ustedes por sus propios medios). Pero sí me gustaría decir algo sobre cómo no defender la filosofía. Ante la desesperanza muchos sienten y se dejan afectar por el empuje pragmático de la situación y son conducidos a servirse de cualquier medio para justificar la presencia de la filosofía en la educación obligatoria.
Hace no mucho tiempo escuché en un programa radial cómo la filosofía, al enseñar lógica y teoría de la argumentación, ayudaba a las personas a argumentar mejor y que, gracias a eso, uno tendría mayores posibilidades de convencer a su futuro empleador de ser contratado y así conseguir un buen trabajo. También he escuchado a personas decir, aproximadamente, que la filosofía es la única o la mejor disciplina que puede estimular el desarrollo de una de las 10 competencias de la ANEP para la educación denominada “pensamiento crítico”.
Voy a decir algunas cosas sobre estas líneas argumentales. En primer lugar, soy escéptico respecto a la importancia de la filosofía para el mundo del trabajo (aunque no creo que la enseñanza de la misma, y de la cultura en general entorpezca el desarrollo laboral; de hecho, casi con toda seguridad sea lo contrario), así como tampoco creo que la educación en general debe prometer algo que la excede: la prosperidad económica de la nación. Como sea, no creo que el valor de la filosofía radique directamente en ello. La filosofía bien enseñada hace que las personas sean más críticas, más reflexivas, y más racionales; yo quiero vivir en una sociedad con dichas características. Desde un punto de vista dialéctico, si nuestro propósito es convencer al interlocutor, debemos usar como premisas de nuestro argumento las creencias de nuestro interlocutor; aunque de hecho no sean las nuestras. Sin embargo, me preocupa que algunos colegas (a raíz del empuje pragmático) terminen, frente al éxito argumental, por autoconvencerse de la verdad de las premisas.
En segundo lugar, si uno rechaza el marco general de la transformación educativa, esto es, el marco competencial, cae en contradicción si argumenta en favor de la enseñanza de la filosofía diciendo que promueve el desarrollo de tal o cual competencia (v.g. “pensamiento crítico”). No necesitamos ser consecuentes si vemos en el diálogo un medio para convencer al otro (distinto a nosotros, con sus propias convicciones), pero hay que ser precavidos en este sentido: se puede generar una tensión entre la defensa general de la educación pública y la enseñanza de la filosofía, entre una preocupación general y otra local. Mi opinión es que el marco general debe ser rechazado: las competencias carecen de fundamento teórico. Resulta así que, precisamente por lo anterior, uno puede subsumir cualquier destreza, actitud, saber, y demás, en una competencia o inventar las competencias que desee.
Por ejemplo: podría inventarse una “competencia psicomotriz” que nucleara capacidades tan diversas como levantarse de la cama y lavar la ropa, y conocimientos sobre la fisiología humana y las propiedades físicas de las camas y la ropa, etcétera, y, luego, decir que el valor de la educación física o de las ciencias naturales radica en la promoción del desarrollo de dicha “competencia psicomotriz”. Esto es absurdo, sin embargo, es precisamente lo que sucede.
Más absurdo es que el valor de una disciplina de 2,500 años de existencia como la filosofía dependa de las 10 competencias que idearon (suponemos) los técnicos de la ANEP; por no hablar del pasaje de la filosofía a los talleres de “emprendedurismo”.