Sebastián Sansone – CS Vivian Trías
El capitalismo como modo de producción se ha instalado con tanta efectividad que en sus doscientos y pico de años de vida, se nos presenta como el único modo posible y la única manera de estar en el mundo. El capitalismo se ríe del capitalismo: desde los mil millonarios reconociendo la lucha de clases y que la van ganando, hasta el fomento y creación de espacios de crítica desmovilizadora: crea espacios que nos otorga la ilusión de crítica radical.
El capitalismo es un sistema absurdo que sólo le conviene a unos pocos; que a otros, sin embargo, los entierra cada vez más en la miseria, que muchos nos aleja cada vez más hasta de nuestra propia vida cotidiana y que, encima debemos dar gracias por un trabajo miserable para poder esta un día más en el mundo, para poder sobrevivir y satisfacer ciertas necesidades básicas como la comida. Entonces, si es tan obvio, estamos tan convencidos y este modelo es tan absurdo: ¿por qué justificamos al capitalismo?
1. Trabajo y no trabajo: entre seguridad y angustia
El trabajo es una fuente de identidad muy fuerte y con un peso tan importante en las sociedades contemporáneas que organiza la vida de las personas de forma muy profunda, a tal punto que “tener” trabajo brinda seguridad y al revés, su falta genera angustia.
La seguridad existencial es un tipo de seguridad basada en la tranquilidad de poder vivir y poder vivir bien. Con la falta de trabajo se da un fenómeno contrario y es la situación de angustia existencial, llena de incertidumbre sobre el futuro, de no saber si se podrá comer, dormir o estar bajo la sombra en verano o abrigado en invierno.
La falta trabajo y la angustia que ocasiona es donde el capitalismo encuentra un hueco para sacar ventaja puesto que, los que están en la situación de angustia ya no podrán realizar el ejercicio de la crítica superadora porque están preocupados por sobrevivir; la consecuencia es que quienes están en estado de seguridad existencial no les preocupa la situación alienada, de explotación y de dominación.
Es aquí donde empieza la situación de la generación de necesidades superfluas porque a nadie le sirve que la gente esté tranquila. Si miramos los objetos a nuestro alrededor esto es más interesante: un auto es un auto, sirve para moverse, pero la marca, el color, el año y el diseño de un auto cambia muchísimo la percepción. La construcción de ideales sobre cosas y la venta de eso como parte de la seguridad existencial es parte del engaño del capitalismo y a la vez es su justificación: es dentro de estas reglas de juego que vas a tener tal o cual cosa, que es mejor que la salió hace 3 meses (y que más bien sea un lavado de cara del producto porque no aporta nada).
2. Consumo problemático de postales
Un objeto no se vende solo y es acá donde entra la cuestión del espectáculo, de mostrar con lindos colores, buenas canciones y de la manera más parecida a un tipo ideal de belleza todo lo que se pueda.
Cuando hablamos de todo es todo: desde cuerpos hasta celulares pasando antes por lugares ¿cómo desviar la atención de la crítica profunda en personas que no deberían tener preocupaciones? Generando objetivos enormemente complejos para la gran mayoría de la población trabajadora.
En primer lugar, podemos ver la situación corporal. Con el alcance y profundidad de las redes sociales cada vez es menos extraño ver personas en las redes que buscan cumplir determinados parámetros de belleza. De hecho es interesante ver el proceso de reificación que se da en las redes y el “trauma” que se puede sufrir al ver una celebridad e incluso un amigo o compañero en la “realidad” después de ver sus fotos llenas de filtros y otros acentuadores de belleza. Y esto es porque la “persona real” se vuelve imagen y esta imagen es ahora la que es lo “real”, pasando la “persona real” ahora a ser lo ficticio.
Tenemos entonces una preocupación estética que invita a pensar más en cómo hacer para encajar mejor en lugares donde nadie nos invita a encajar: nadie nos pide ser influencers pero hacemos lo necesario para que nuestras publicaciones tengan el mayor alcance posible, más me gusta o más vistas. A su vez, esta necesidad de que nuestros cuerpos encajen va generando desestabilizaciones en varios frentes: ansiedades de todo tipo, trastornos físicos y en consecuencia cambios conductuales serios (en el artículo https://ps.org.uy/entre-narciso-y-quasimodo/ se ve la cuestión estética de forma más profunda).
Si lo anterior lo podemos describir como objeto-cuerpo, lo mismo ocurre con un objeto-objeto, como cualquier cosa que tengamos en nuestras casas. La instalación de la preocupación por lo más nuevo que se vende como lo mejor es indispensable para sostener la atención en otro lugar. En otro artículo (https://ps.org.uy/recambio-generacional-en-la-izquierda-uruguaya/) veíamos cómo también esto se muestra de mejor manera si hacemos un corte por generación, donde se publicita más un auto o un celular que un nuevo que material para prótesis de caderas. Tercero, las vacaciones. La venta del ideal de vacaciones, que no es lo mismo veranear en Rocha que en las playas de Río de Janeiro o en Acapulco, y que además se ofrece el viaje como “premio” por aguantar todo el año. La falla está en que en primer lugar el trabajo no debería ser un lugar apremiante, un lugar de sufrimiento y sacrificio; que descansar debería ser algo normal. Sin embargo, mostrando las vacaciones como un beneficio a la vez como una excepción, se logra calmar las aguas movilizadoras puesto que “esto no se quiere perder”.
Con todo lo anterior podemos observar que la atención del problema complejo y profundo como es la desigualdad estructural y el sistema de explotación activo no son cuestionados sino que, antes, se ponen postales mostrando cualquier tipo de ideales que uno debería conseguir para ser feliz. Convengamos que la felicidad es un concepto que al capitalismo le encanta utilizar sobre todo combinado con la palabra “consumo”.
El trabajador justifica así su permanencia en el sistema porque dentro del sistema puede adquirir aquello que el propio sistema le indicó que es bueno, bonito y necesario mediante potentes campañas de marketing y un increíble aparato propagandístico que nos inculcó que este es el mejor mundo de los posibles, accesible en módicas cuotas… A la vez, aquí encontramos algunos elementos para poder comprender esa angustia existencial de la que hablábamos anteriormente: ¿cómo conseguir todo lo anterior sin tener un trabajo? (Una respuesta a la noción de inseguridad por falta de acceso al mercado de trabajo formal la dimos en otro artículo https://ps.org.uy/marxismo-e-inseguridad/)
3. La venta de humo de los representantes políticos de la burguesía
En política es muy interesante cómo aplica lo anterior. En Uruguay estamos acostumbrados hace mucho tiempo a que cuando gobierna el espectro de derecha lo que se transforma en noticia son cosas tan insignificantes que en principio causa irritación y luego risa porque, con el nivel de infantilismo que se transmiten dichos acontecimientos, es una verdadera tomada de pelo. Desde la mancha de salsa en el vestido de Lorena Ponce de León, hasta la manera en que se cubren los escándalos políticos como el de Alejandro Astesiano, el caso de Sebastián Marset o la cuestión de Gustavo Penadés o de Irene Moreira es insólito. A cada caso escandaloso le corresponden 10 noticias insípidas que no llevaban a otro lado más que a la isla de la distracción.
Este modo de operar fue ensayado como una muy buena obra teatral cuando se declaró la emergencia sanitaria y los representantes del ejecutivo salían todos los días a dar una conferencia de prensa acerca de nada: repetían sistemáticamente todo lo que se decía el día anterior. La idea era estar presente, tener cámara y, precisamente, montar un espectáculo.
Vemos, entonces, que hasta los lugares más evidentemente obvios para generar indignación y crítica profunda se ven tapados por un aparato ideológico espectacular funcionando exquisitamente para cubrir fisuras del sistema mostrando los problemas profundos como “posibilidades” de mejora y convertir la tragedia en un romance. Así, un proletariado temeroso, inseguro a pesar de muchas estabilidades y con enormes grado de incertidumbre sobre su futuro, en apariencia “no le queda de otra” más que confiar en las claras mentiras de la burguesía nacional.
4. ¿Por qué justificamos al capitalismo?
Esta pregunta parecía de fácil resolución al comienzo de este trabajo si se tomaban dos conceptos centrales de la teoría que son la hegemonía y la superestructura. Vimos sin embargo, aunque brevemente, que la cosa es un poco más compleja y tiene derivas bastante más profundas.
Lo anterior fue un esfuerzo en mostrar precisamente la situación de absurdo de un modelo cuya agonía la intenta encubrir bajo la astuta seducción. El consumo hedonista e individual, o sea la felicidad detrás de la compra de lo último, propuesto a la vez como lo mejor, avasalla la crítica profunda porque logra justificar una situación de desigualdad en un momento que las excusas sobran para tratar de romper las cadenas. Cuando el proceso capitalista arma una parafernalia compleja para poder mostrarte el trabajo como la salvación, como la manera en que uno puede estar tranquilo en el mundo a la vez que funciona como expiación del pecado de holgazanería, es cuando entendemos que el capitalismo se nos ha incorporado de una manera tan seductora que queremos estar dentro porque nos da una seguridad debido a la estabilidad. Interesante resulta la situación de la mercantilización de las vacaciones para explicar la cuestión de la explotación dado que para “ganarte” las vacaciones “tenés” que trabajar antes, para ahorrar y gastarlo, es decir, devolverle al sistema lo que era del sistema.
Pero miremos el panorama general. Los lugares históricos de identidad de clase han venido en franco declive: los sindicatos, por ejemplo, no otorgan aquella potente identidad como antes lo hacían; en otras palabras hoy es extraño encontrar alguien que diga “soy del sindicato del callcenter” cuando antes era esperable escuchar “soy metalúrgico”, “soy judicial” o “soy ferroviario”. Y tiene sentido, las personas antes tenían un empleo vitalicio, hoy antes de los 25 años los jóvenes o no tuvieron trabajo, o tuvieron 5 trabajos en 2 años en condiciones precarias. Así la organización se vuelve difícil porque en 90 días se finaliza la contratación.
A su vez, las nuevas luchas reivindicativas no siempre van en la línea de la superación sistémica sino y más bien, cómo mejorar las cosas dentro del estado actual de relaciones de poder y dominación: reconocimiento y redistribución aparecen como grandes consignas aunque es difícil comprender el elemento de ruptura de cadenas de dominación general.
Además, en el momento en que el capitalismo logró individualizar los problemas estructurales en individuales, en que colocó la salida de la pobreza en problema de las personas y a su vez, logró personalizar todas las áreas de vida separándolas por estatus (tener para mostrar mi lugar en la escala social), logró romper con la crítica radical superadora del sistema porque el trabajador se siente cada vez menos parte de algo grande y se siente cada vez más impotente por no poder enfrentar esta realidad avasalladora.
Por lo tanto, si vemos el espectáculo, el posicionamiento del trabajo y los cambios de éste a nivel global, así como las nuevas preocupaciones generalizadas junto con la caída de los grandes espacios de identidad sumado a la heterogeneidad de disputas sociales, vemos que la crítica se estanca porque aparecen justificaciones pasivas. No es que el capitalismo nos ponga justificaciones todo el tiempo de manera activa, simplemente a veces no construimos crítica demoledora.
También es importante ver dos cosas: primero, hay un grupo minoritario que le sirve el sostenimiento del sistema y segundo, les resulta necesario que haya crítica, pero no profunda. Si se deja calentando la olla a presión eventualmente terminará explotando: lo mismo ocurre a nivel social. Es indispensable que se genere un espacio de crítica vacía para que actúe una válvula de escape de forma tal que se dosifique el malestar hasta que se disuelva totalmente.
Las redes sociales actúan de manera satisfactoria en este sentido, pero también la consolidación de reclamos liberales como “mayor seguridad”, “disminuir la pobreza y la desigualdad” para “terminar con los delitos”, todo sin decir cómo, son también válvulas de escape que en muchas ocasiones le marcan el paso a la izquierda y, tampoco pocas veces, caemos en la trampa y sin querer, generamos críticas estériles; crítica desmovilizadora: es crítica, sí porque cuestiona, es desmovilizadora porque “nos deja tranquilos” y desactiva esa bomba revolucionaria que decíamos antes.
Por tema de espacio no he podido abordar el tema del éxito y el caso excepcional del ascenso social como cercenador de la crítica. Dejo la tarea para después o para que otro compañero tome la posta. La invitación de este escrito es a aportar a la crítica incisiva y radical que el Partido aporta en aras de la construcción de una sociedad mejor e invitar al debate de por qué todavía justificamos al capitalismo.